domingo, 7 de julio de 2013

EMPEZANDO LA CASA POR EL TEJADO

     Hay ciertas tendencias que definen no sólo a determinadas personas sino también a grupos más o menos amplios, y una de las que yo considero más arraigada en la idiosincrasia del ser humano es la necesidad de saltarse determinados pasos para llegar pronto a las conclusiones finales,  pero esa impaciencia por obtener rápidos resultados en la vida puede ocasionar el fin precipitado de todas las acciones cuando no se posee unos sólidos cimientos.

     Sí, es cierto, las prisas por llegar al culmen de nuestras aspiraciones puede dar lugar a una débil estructura incapaz de soportar con comodidad las grandezas de nuestras añoradas pretensiones, pero por desgracia nuestra, las cartas ya está echadas, y tarde o temprano podríamos asistir al derrumbe de nuestra construcción en algún momento de su coronación. 


     La consecución de determinados objetivos requiere siempre de un esfuerzo, pero no siempre un esfuerzo es recompensado con la obtención del hecho pretendido. La ineficacia que sucede a veces, después de determinados sacrificios, condiciona nuestra forma de operar para intentar lograr resultados con la menor implicación posible. Pero ésta forma de actuar tiende a simplificar en exceso los pasos necesarias para la consecución de nuestros fines, de tal manera que tratamos de soslayar las complicaciones que la construcción de unos buenos pilares requieren, algo que podría resultar nefasto el día de mañana, al poner un riesgo latente bajo nuestros pies.

    El vivir siempre evitando el sacrificio puede ser rentable en determinados momentos, pero no siempre sucede así cuando de salud trata el tema. Es cierto que muchas personas pueden obtener un rédito al obrar de éste modo, pero hemos de entender que los resultados obtenidos han de ser cuestionados por el cedazo del tiempo, algo que sin duda acaba poniendo las cosas en su sitio. ¿Por qué confiar en la simplificación como una forma de actuar perdurable en el tiempo?. Siempre abogo al sentido común cuando las dudas me surgen a la hora de actuar en un caso concreto; y en realidad éste sentido es algo que está relacionado con la lógica de las cosas,  ajeno a la propia voluntad del hombre, y aunque por  su capacidad pudiera desentrañar los vínculos que surgen entre los elementos de la naturaleza, ésto no le antepone a la misma, al ser tan sólo un simple espectador de lo que acontece. 

   Cuando me surge una duda relacionada con la alimentación siempre enfoco mi punto de mira al pasado para tratar de no obtener una respuesta espuria. Cuestiones como, qué comer, con cuánta frecuencia, y en qué momento, pueden ser fácilmente respondidas al retroceder a los albores de la humanidad, pero en la actualidad éstas mismas interrogantes son difícilmente explicadas con la claridad necesaria al ser los intereses humanos los que en muchas ocasiones se anteponen a su propia naturaleza. Pero ésta forma de extraer conclusiones no está exenta de riesgo, no sólo por las dificultades que conlleva el conocimiento exhaustivo de nuestro pasado, sino también por la tergiversación de nuestra propia esencia y de aquella ancestral naturaleza de la que dimanamos. Quiere decir ésto, que el ser humano primitivo ha de ser entendido como una aspiración en un entorno completamente diferente del actual, por tanto, las conclusiones obtenidas han de ser tenidas como ideales y en determinadas ocasiones difícilmente extrapolables; pero aún así, muestran una referencia a la que tender cuando los patrones actuales marcan una ruptura completa con la propia naturalidad del hombre, que en muchos casos han supuesto una merma real de nuestras auténticas capacidades. 

   Restaurar lo que tiene el ser humano de natural, es una cuestión compleja cuando lo contingente diseña nuestro nuevo camino. Volver a nuestros orígenes debe ser una prioridad, pero para ello no podemos retroceder con paso de gigante los miles de años que nos separan de aquel ser ancestral, obviando completamente las diferencias que la situación actual ha podido crear de aquella antigua naturaleza. Hemos de considerarnos seres enfermos y en gran medida crónicos, la naturaleza ha sido dañada y con ella nuestra esencia  ha sido cercenada, y ésto es una cuestión que no podremos eludir por mucho empeño que pongamos en ello. Pero la opción de permanecer como espectadores resignados de ésta situación tampoco puede ser considerada como una estrategia productiva o beneficiosa, todo lo contrario, la determinación por recuperar nuestra ancestralidad debe ser una prioridad aunque ésta jamás sea alcanzada. Debemos girar nuestras cabezas hacia lo natural cuando las dudas sobre nuestra propia entidad aparezcan en el horizonte, porque de éste modo, obtendremos las respuestas a muchas de las cuestiones que actualmente se presentan como contradictorias.

   Entender que el camino de vuelta es la única opción para proseguir adelante, es de perentoria necesidad. Pero en éste retroceso nunca hemos de obviar las mermas que en nuestra salud ha podido acarrear el paseo descarriado de una sociedad corrupta e interesada. Depurar nuestra esencia implica un reencuentro con el ser natural que todos aún portamos, pero debe ser llevado a cabo de forma comedida y en el sentido adecuado para evitar asumir mayores riesgos de los necesarias.

   El hombre actual comparte aún muchas similitudes metabólicas con su antecesor prehistórico, pero por desgracia nuestra, las circunstancias actuales difieren enormemente de las soportadas por aquellos primeros pobladores. El resultado es el que todos conocemos. Nuestro diseño, calibrado por un entorno complejo y  hostil  programó nuestro metabolismo para una situación contraria a la actual, lo que ha convertido nuestra forma vida  cómoda, sencilla y opulenta en una auténtica trampa mortal. No sólo nuestra dieta ha sufrido una progresiva transformación al disminuir la calidad de los alimentos consumidos,  sino que la actividad física realizada es, en algunos casos, sencillamente insuficiente.

  La búsqueda de una alimentación que satisfaga las necesidades de una creciente población resulta una tarea compleja que ha sido aprovechada por empresarios sin escrúpulos para obtener pingues beneficios en la venta de productos que en muchos de los casos valen menos que el envase que los envuelve.  Así la disminución en los costes de producción se constituye en una prioridad de las empresas del sector aunque la calidad nutricional de muchos de los alimentos obtenidos sea más que cuestionable. Pero el pensar que los poderes públicos se dedican a velar por la salud de todos, puede ser una actitud un tanto infantil, al depositar una parte de nuestra responsabilidad, en las manos de quienes podrían estar más interesados en cuestiones puramente económicas. Al final todo se convierte en negocio, la vida de unos se diseña y planifica con la enfermedad de otros, es triste pero es así; y ante éste triste panorama el conocimiento se constituye en un arma de incalculable valor capaz de discernir en muchas ocasiones los hilos que mueven el mundo.

  Cuando alguien me pregunta sobre alimentación siempre siempre le digo que su comida sea lo más natural y  primitiva que le sea posible...,  que evite toda ésa suerte de productos envasados, elaborados, modificados, alterados y adulterados, porque en definitiva su salud depende de ello, y aunque cuestiones como el porcentaje de los distintos macronutrientes resulten menos  importantes, es obvio que requiere de ciertas matizaciones, máxime si nuestra originaria flexibilidad metabólica ha sido alterada fruto de una alimentación tergiversada y una vida excesivamente sedentaria.

  Hemos de ser conscientes que toda acción puede tener una consecuencia, positiva o negativa sobre nuestra salud, pero la alimentación equivocada sin duda acarreará un sin fin de perjuicios metabólicos más o menos severos que dependerá en gran medida del estilo de vida de cada uno, de tal forma, que el sedentarismo añadiría mayor tensión a ésta situación, mientras que la realización de una actividad física atenuaría su presumible impacto. El simple hecho de modificar la alimentación en imitación a la de nuestros ancestros supondría dar los pasos en la dirección adecuada, aunque podría no ser suficiente como para restablecer de forma definitiva el equilibrio perdido por largos años de desajustes dietéticos; y ésto es algo que conviene ser aclarado.

  Cada vez existen más personas preocupadas por su salud, y aunque ésto siempre puede parecer positivo, no deja de ser inquietante ver como muchas de ellas comiencen a percibir una sensación de intranquilidad al comprobar que ciertas enfermedades parecen instalarse con comodidad en nuestra sociedad actual sin que se atisbe un cambio de rumbo en el marcado aumento de las mismas y  además con la resignación de autoridades y médicos que parecen querer ver en ellas las consecuencias inevitables que el progreso conlleva. Ésta claro que todos somos en cierto modo culpables de los perjuicios que acarrea la comodidad en la que nos hemos instalado, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados de modo impasible a la  espera que alguna enfermedad nos arrebate la dignidad que una vida plena conlleva. Pero hay que ser igualmente realistas y pensar que la restitución de nuestra originaria y primitiva forma de vida es ya imposible,  nuestras circunstancias son las actuales y con ellas hemos de convivir y a pesar de ello sobrevivir.

  La paleodieta no es sólo una forma de alimentarse, es algo mucho más ambicioso: es una forma de vida, pero que ha de ser entendida con cierta cautela. La extrapolación de la originaria forma de vida de aquellos hombres prehistóricos  a los momentos actuales no puede obviar las insalvables diferencias que separan ambos momentos y ésto es algo que parece estar ocurriendo. Somos el fruto de la interacción con nuestro entorno actual, y ésto querámoslo o no,  ha podido ocasionar unos perjuicios metabólicos que podrán se mayores o menores, pero a todas luces existentes. Restaurar aquella originaria flexibilidad metabólica debe ser una premisa que debemos procurar todos en su justa medida, pero precipitarnos en la consecución de unos resultados alentadores puede ocasionar más perjuicios que beneficios.

  La dieta del hombre prehistórico dependió de un entorno altamente cambiante que posibilitó la flexibilidad de su metabolismo para permitirle subsistir en momentos muy complicados, con una alternancia constante entre los diferentes sustratos energéticos de los que los que pudo disponer, donde se debieron intercalar necesariamente periodos marcados por la escasez y la abundancia. Ésta configuración hasta cierto punto azarosa fue la que realmente diseño las altas capacidades adaptativas esgrimidas por el ser humano en los albores de la civilización. Pero el progresivo conocimiento de la naturaleza le permitió prever hasta cierto punto el devenir, algo que modificaba sustancialmente las incertidumbre mantenidas hasta ése momento. Así de éste modo, el azar dio paso progresivamente a la sistematización. Efectivamente, poco a poco el conocimiento de la propia naturaleza  diseñó unas reglas del juego diferente, quizás más sofisticado, pero que en definitiva evidenciaban una ruptura con su pasado evolutivo dejando de depender de la naturaleza para depender exclusivamente de sí mismo. Ésta nueva programación en la vida del hombre fue aumentando la complejidad a medida que la socialización marcaba un nuevo rumbo en el devenir de la humanidad. Pero ese nuevo esquema organizativo también modificó su alta adaptabilidad para convertirlo en un ser domesticado y hasta cierto punto esclavizado, que poco a poco fue perdiendo las grandes cualidades exhibidas en su pasado para convertirse en el ser decadente y enfermo que hoy en día todos conocemos.

  Restituir ése estado original podría parecer sencillo, pero en la práctica resulta complicado tratar de reproducir aquella alternancia con la que debieron experimentar las primeras poblaciones humanas; no sólo la irreproductibilidad de su entorno cambiante dificulta la extrapolación. Hemos de tener en cuenta que la rigidez de nuestro sistema ha causado mella en nuestro organismo, de tal forma que obviar las consecuencias de nuestros actuales hábitos conllevaría una serie de perjuicios metabólicos si realmente tratásemos de experimentar con aquellas circunstancias aleatorias.

   Efectivamente, el ser humano pudo haber llevado una dieta altamente modificable, con elevada cantidad de grasas en ciertos momentos y otros en cambio  con una mayor dependencia de los hidratos de carbono e incluso padecer largas jornadas de ayuno cuando la caza y las fuentes vegetales escasearan realmente. Pero su  metabolismo altamente flexible les otorgaba el privilegio de sobrevivir aún soportando pésimas condiciones de vida. Hoy en día, esa flexibilidad es prácticamente inexistente, los rígidos esquemas se contraponen a ello. Nuestra dieta no solo ha sido modificada en cantidad y calidad, (con más de la primera y menos de la segunda) sino que ése patrón de continuas comidas diarias con proporciones fijas de los distintos macronutrientes ha forzado a nuestro organismo en una única dirección, lo que en definitiva ha cercenado las posibilidades reales de las que se disponía.

  La paleodieta, es la primera dieta en señalar la dirección adecuada, pero las altas expectativas creadas entorno a ella pronto son disipadas cuando personas con inflexibilidad metabólica tratan de experimentar con los cambios en la forma de vida que dicha dieta propugna. Es cierto que un menor consumo de carbohidratos derivado de legumbres y cereales tendrán un impacto positivo en la salud, máxime si son sustituidas por vegetales y frutas, pero cuando las dietas comienzan a ser elevadas en grasas o incluso cetogénicas no tardarán en aparecer los primeros problemas, aunque no para todo el mundo.

   Una dieta rígida con elevado consumo de azúcares y calorías, traerá una serie de consecuencias a nuestro organismo, entre las que destaco la pérdida de flexibilidad metabólica y el sobrepeso (ambas están íntimamente relacionadas), pero además, nuestra actividad física difiere enormemente de la llevada a cabo por nuestros ancestros, lo cual contribuye a empeorar aún más las cosas. Tratar de cambiar de la noche a la mañana ésta situación es sencillamente contraproducente. Además hemos de entender que la realización de deportes de alta intensidad, tan de moda por los supuestos beneficios que otorgan a la salud,  también puede redundar en los aspectos negativos en todas aquellas personas que padecen un metabolismo rígido. Es cierto que no todo el mundo ha experimentado las desagradables consecuencias que reportan los extremos de la paleodieta, pero por regla general ésto sólo ha sucedido con aquellos que ya poseían una buena base atlética iniciada en la edad infantil y adolescencia, algo que sin duda les ha conferido mayor plasticidad metabólica. Pero cuando una persona no ha realizado una actividad deportiva con la frecuencia requerida (principalmente antes de los 20 años) y además fruto de una alimentación inadecuada ha mantenido un sobrepeso, aún siendo ligero, tendrá muchas posibilidades para toparse de lleno con ciertos efectos negativos al tratar de experimentar con las dietas cetogénicas, los ayunos intermitentes y los mencionados deportes de alta intensidad. Es por ello, que la paleodieta está fallando en muchas personas que tratan de ensayar con ciertas tendencias definidas en ella. ¿Se puede hacer algo para evitar éstos efectos negativos?, por supuesto que sí. Simplemente hemos de procurar ser progresivos, no podremos adquirir una flexibilidad metabólica si nunca antes la hemos poseído, pero sí podremos mejorar el estado de nuestro metabolismo; para ello primeramente debemos asegurarnos que podemos oxidar los ácidos grasos con un adecuado entrenamiento aeróbico, suave y prolongado, cuanto más tiempo le dediquemos, mayores serán los beneficios obtenidos.  Hemos de pensar que ésta fue la actividad física mayormente empleada por nuestros ancestros, no aquella otra de elevada intensidad. Si no había una razón suficiente para emplearse a fondo en una actividad a buen seguro que no lo iban a hacer, eso es una cuestión lógica, en cambio las largas caminatas o el trote suave fue sin duda algo obligatorio en su forma de vida por cuestiones obvias. Por tanto, empecemos siempre nuestra casa con unos buenos cimientos a través de una dieta natural y ancestral, ni excesivamente alta en grasas, ni excesivamente elevada en hidratos de carbono y además realicemos una actividad física moderada y prolongada. Ésto sin duda sentará las bases para proyectar nuestra altura sin consecuencias negativas. Si comenzamos nuestra casa por el tejado, con dietas cetogénicas, ayunos intermitentes y entrenamientos de elevada intensidad no sería de extrañar que el día de mañana toda la construcción acabe desmoronándose al haber comenzado por el extremo equivocado.


  










2 comentarios:

  1. Clarísimo y totalmente lógico. Gracias de nuevo por el aporte.

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  2. Impresionante! El ser humano hoy en dia quiere todo al momento, da igual que sean las obras de debajo de casa, las mayores y aborrecientes construcciones... En el caso de nuestro cuerpo, el problema se agranda ya que no escuchamos a nuestro cuerpo, solo lo analizamos o delante del espejom, o delante del medico y en esos casos no puedes ver los avances, solo puedes hacer valoraciones entre 0 y 10. El cambio vendria en mi humilde opinion, si ese seguimiento se hiciera dia a dia esvuchando lo que te dice tu cuerpo, quedandote con lo que hace bien y dejqndo lo que le hace mal

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